El ruido de la tradición en Hermenepolis

El ruido de la tradición en Hermenepolis
Fecha: 29 de diciembre de 2022
Editorial: Bibliotheca Tareviæ
Edición: 1.00
Idioma: Español
Bibliografía: Bucco, M. C. (29 de diciembre de 2022). El ruido de la tradición en Hermenepolis. Bibliotheca Tareviæ.
Descripción
Obra ganadora del Primer Concurso de Relatos de Tarevia (2022)
Obra
El camarero era muy alto, pálido y con ojeras, lo que probablemente le llamó la atención, pero aceptó de buen grado el café que había sobre la mesa. El día era oscuro, típico del invierno, cuando las noches eran tan cortas, pero sin nieve. Por la noche, en toda Hermenepolis, el camino de la montaña que desciende de las montañas había quedado envuelto en la niebla, como cuando yo solía bajar a pescar, cuando era un niño, hace años, en aquellas mañanas luminosas que ya habían quedado para siempre atrás.
Por supuesto, era divertido ver el pueblo, con sus pequeñas tiendas abiertas al público a pesar de la hora que era. Un poco más abajo, casi fuera de la vista de hecho, estaba la casa donde Publius – cuyo rostro no podía recordar ahora mientras me pasaba el café- estaba haciendo de anfitrión de este Titus Petronius del que se había hecho amigo y al que había ayudado a conseguir un nombramiento como secretario de Justicia por fin en el Reino de Tarevia.
Sextus dijo:
—Hay algo que quiero que revises de inmediato, Marcus”. Miró a su alrededor. “Prefiero verlo a la luz del día, si te parece bien.
—Bueno…
Sextus se adelantó a través de la plaza hacia las calles. Me hizo un gesto para que le siguiera. En la acera había fragmentos de vidrio -muy peligrosos para mi tobillo, caminar sobre el vidrio si no tienes zapatos-; recogí uno o dos para desecharlos antes de seguirlo. Ahora subimos por otra calle estrecha que se empinaba. Luego vi dos tiendas antes de llegar a la intersección de dos carreteras. Pasamos por una tienda tras otra llenas de “auténticos encajes de Tarevia”, algunos de ellos bastante bonitos. Había todas las variedades imaginables, flecos, blondas, inserciones de seda y ribetes de encaje, casullas y vestimentas. Detrás de las ventanas aparecían portales enmarcados únicamente por cortinas de color gris claro. Por todas partes había adoquines cubiertos de pintura blanca. No era ladrillo romano moderno como el de Florencia, ni piedra caliza como la de Roma, y ciertamente nada realmente moderno. Sin embargo, todo parecía hecho en un momento dado, destinado a ser permanente, a perdurar. Todo lo que no era madera o cristal era de piedra: alféizares, puertas de entrada y balcones y patios por todas partes, un tipo o estilo ligeramente diferente al siguiente y algunos -los puestos de fruta- hechos completamente de lo que parecía madera. Ciertamente, si algún lugar me recordaba a la Antigua Grecia era esta ciudad. No tanto por las diminutas casas de montaña blancas con tejados planos -aunque sería bonito vivir en una casa con la forma de una de ellas-, sino por la falta de intrusiones modernas, por los colores y la sensación de intemporalidad. El tiempo se ha detenido aquí, ha pasado para siempre. Ningún avión sobrevolaba el lugar, salvo ocasionalmente un viejo biplano de la Primera Guerra Mundial que se elevaba trabajosamente sobre la Torre de Santa Elena.
Entramos en la casa de Sexto, que estaba en el cruce que llevaba a la Torre y al camino de tierra que conducía al territorio militar. Los dos esclavos que tenía por hermanos se despidieron de nosotros con un cálido beso y sirvieron más vino antes de marcharse. Estaba claro, de hecho tan claro como podría estarlo a esas horas de la madrugada con bastante alcohol en el cuerpo, por qué hombres como Sextus debían su posición a la familia. La sala en la que nos acomodamos estaba amueblada, por supuesto, no con los muebles rústicos de nuestra nueva y menos próspera época, sino con un exquisito gusto griego. Al menos aquí, todo era magnífico en mármol y yeso pintado en un estilo claramente helenístico.
—Será mejor que me aclares qué hacemos aquí exactamente, no pienso esperar al amanecer —Le dije. Hice una pausa para tomar un sorbo de vino—.
—¿Quién sabe? Y a quién le importa.
—¿Qué pasó con los ruidos detrás de la torre por la noche los fines de semana?
—Subí el sábado pero no había nadie y sólo se oía el mar a lo lejos.
—Sin embargo casi toda Hermenepolis escuchó ruidos extraños allí arriba.
—Sí, ¡cómo se puede olvidar! ¿Qué crees que es?
—Un escándalo, esencialmente.— Me reí incómodo.
—Oh, hay escándalos en todas partes, aunque normalmente esos escrúpulos nunca llegan a nada, salvo a un ocasional ataque a un principio moral, así que me he acostumbrado a ellos.
Tomé otro sorbo de vino. Era ligero, espumoso y agrio. Definitivamente no era un vino de Temiria.
—Pero hubo un escándalo allí…. Y alguien debería subir a comprobar qué pasa.
Esperó a que cambiase de idea. Finalmente dije:
—Lo haré yo mismo.
—¿Qué esperas encontrar? ¿Fantasmas?
—Si los hay, entonces tendrían motivos suficientes para esconderse. Pero si no es así…. Tal vez cualquier cosa…
—Buen punto. Muy bien entonces—. Levantó las manos como si aceptara. Nos quedamos en silencio mientras escuchábamos el sonido del viento fuera, barriendo las calles. Nos miramos de repente.
—¿Qué pasa?
—Nada. Sólo recordé lo receloso que me sentía siempre cuando una mujer venía en estas noches de invierno a invitarse a sí misma—, dije con ligereza. —A veces me parecía que mi padre no paraba lo que estaba pasando y odiaba pensar en que organizara favores para otros, y encima, —dije más serio—, ¡un fantasma sería demasiado feo para describirlo con palabras!.
—Marcus —dijo con paciencia—, si alguien puede resolver este misterio, eres tú. Estoy seguro de que Publio espera mucho de ti. De hecho, Titus me dijo que el próximo mesazón podrías ser tú, que lo supo desde la primera vez que te conoció. Nos gusta cómo suena tu nombre.
Subimos a la Torre al amparo de la oscuridad total, abrazados -o tal vez empujados- por el viento, al menos sabíamos que se acercaba la mañana y el sol asomaba por las paredes del Golfo de Mazarrón, chocando contra mi cara hasta obligarme a mirar hacia arriba. Era una subida que parecía interminable incluso con el apoyo de las manos que se deslizaban bajo mis axilas y se aferraban a mis hombros. Me dolían los brazos, no sé si por el frío, la borrachera o el cansancio. Apenas me importaba.
En realidad, lo que me aterraba era no poder extender la mano para agarrarme cuando la arena se volvía resbaladiza, por muy húmeda o por muy seca que estuviera. “¡Ay!” grité en el silencio de la madrugada. Mi tobillo empezó a palpitar. Pero unos minutos más tarde me encontré tumbado boca abajo en el amanecer. Podía oler el agua fresca, sentir la humedad que soplaba desde algún lugar cercano. Me pregunté vagamente hasta dónde se extendía la base de los acantilados en ambas direcciones, si las corrientes corrían por debajo del suelo y llevaban consigo el olor y el ruido. Todas estas colinas y aldeas se encontraban entre nosotros y Tarevia, al explorar nuestro reino los dacios no estarían muy contentos.
—Bueno— dije.
—Parece que nos hemos pasado un poco con el vino— dijo Sextus.
—Ahora que está amaneciendo seguro que no oímos ni vemos nada.
—Quién sabe.
Nos tumbamos en la arena, mirando las nubes. Era otro día gris. Estuvimos pendientes de si algún aparato volador inusual nos sobrevolaba desde arriba. Por lo demás, los mirlos estaban ocupados haciendo nidos, escondiéndose, posándose, comiendo o aprovechando cualquier otra cosa que les conviniera. Al cabo de un rato me dirigí hacia una cresta, donde pasé media hora acurrucado sintiéndome satisfecho. Luego regresé sigilosamente, metiendo las manos bajo el cuello de la túnica mientras pasaba por delante de cualquier planta que reconociera: palmito, escobones, coscojas y anvileas que los de la provincia de Anvurna habían puesto por allí.
— ¡Mierda, mira dónde pones los pies!
Me detuve en seco por un momento, todavía mucho más allá del límite de mi patria. Me quedé mirando hacia Marenia, justo al oeste, preguntándome si Ilthío Greek Vahal había intentado alguna vez sacar su esparto de esta bahñia que se curvaba para formar el Golfo de Mazarrón en ese punto. No supe por qué se me ocurrió. Sólo porque se me ocurrió que un día Vahal volvería aquí, aunque fuera en forma de fantasma. Me hubiera gustado visitar el cementerio de la casa de Decima Fulvius y orar ante su lararium por él, al menos. Hablar de él podría haber aliviado mi corazón, aunque en silencio. Trepé por un peñasco para reunirme con Sextus. Luego ascendimos con cuidado por el empinado y suave sendero sin hacernos daño y seguimos subiendo hasta que la mole de la propia Montaña Atenea parecía dispuesta a abrazarnos, con sus lomas asomando por encima de nosotros, rodeándonos. ¿Era un bonito cementerio o una escena espeluznante sacada de una historia de terror? En unos momentos más, ni la brisa ascendente ni nosotros podíamos ser vistos, aunque el cielo se despejaba hacia el mediodía y el sonido de los vehículos aumentaba muy por debajo allá a lo lejos. Por razones que no podría explicar, estaba seguro de que una tumba debía estar cerca de nosotros, no lejos, a juzgar por su altura. Era curioso, eso.
Como no habíamos oído ni visto nada extraño, decidimos bajar a casa de Sextus a dormir.
Pero seguimos mirando hacia abajo, hacia la tumba de El Melenas, en recuerdo de aquel soldado timeriano que se había matado intentando evitar chocar contra una curva el día que le habían dado el carné de conducir provisional. Al final hablamos de que lo que estábamos viendo eran las ramas gruesas de una mitad de la civilización de Timeria. Desde nuestro punto de vista, no podía ser más que una bahía para quien no estuviera familiarizado con la historia.
Cuando descendimos a Hermenepolis ya era de noche, y esto nos sorprendió mucho, porque el descenso es sólo de unos diez minutos a paso ligero. Ahora, sin embargo, si nos quedamos quietos un segundo nos encontrábamos cegados. Me puse las manos delante de los ojos.
—Aquí hay luz de nuevo—, susurré sorprendido. Pude ver a Sexto en la oscuridad, mirándome fijamente.
Aunque parecía que estábamos solos, también parecía haber una realidad exacerbada sobre todo lo que se ponía a la vista y al oído. Decidimos arriesgarnos con una linterna, lo cual era realmente temerario por lo que yo sabía sobre las historias de terror en libros y películas; aun así, a pesar del gran tamaño de esta aldea hermenepoliana, todo parecía ser barrido por enjambres de moscas en el momento en que el flash se apagaba.
De repente, vi un par de horribles orejas grandes moverse en dirección a la luz de la luna en el exterior. Jadeé, solté la linterna y levanté las dos manos en señal de pánico. Luego volví a levantar el brazo con la linterna y lo agité con fuerza para lanzarla a lo lejos. Por desgracia, se enganchó en la manga de mi prenda. El mundo volvió a abrirse de par en par y la visión de mi compañero sobresaltado me hizo recuperar la sobriedad. ¿Cuándo nos habíamos vuelto tan poco sofisticados, tan crédulos, tan poco reflexivos en su propia casa?. Que el problema comenzara aquí nos indicaba que se trataba de los restos incorpóreos de algún vagabundo del mundo antiguo que buscaba adherirse permanentemente a nuestro Reino…. Había pocas dudas sobre lo que esta situación podía provocar. Creíamos que los muertos volvían a casa desde el Más Allá y que no se atrevían a permanecer mucho tiempo entre los vivos. Alguien había molestado a estos llegados para que permanecieran en el mismo entorno del que partían. Que podía o no consistir en basura para ellos, aire, humedad, olor, incluso sabor.
Pero Sextus volvió a entrar en pánico y huyó, sólo para ser atropellado por varios seres que lo despedazaron a la luz de la luna, frente a mis propios ojos, en medio de la Playa de Zeus. Qué forma tan horrible podían adoptar. ¡Acabo de darme cuenta de que mis pantalones deben estar todavía tiesos de sangre por haber caído sobre él! Le dieron una terrible patada hasta que cesó su vida y su alma liberó por fin la mía… Para convertirme en un sirviente de aquellas bestias. Me aparté con gran vergüenza, pero ya me tenían en sus manos, así que me obligaron a volver a su casa y escribir en este cuaderno nuestra historia. Hasta ahora no he echado un vistazo al diario de Titus ni al taquígrafo del viejo Heraldo de Hermenepolis, y lo único que me permiten es simplemente declarar que me puse a investigar las tumbas del Melenas y de Timérida el Corintio. Por supuesto que querían estos registros de muertes… La documentación a la que he tenido acceso está llena de datos de la tumba de Timérida, que es la más completa, con armas de bronce, escudos, copas, calderos y placas de bronce que decoran toda su extensión. Y pensar que algunos se burlaron de las tradiciones…